En la enseñanza del Yoga con enfoque terapéutico, hablar de emociones ya no puede reducirse únicamente a lo psicológico o verbal. El cuerpo —presente, silencioso, sensible— guarda claves fundamentales para el reconocimiento emocional.
En este sentido, la educación somática y, en particular, la propiocepción, ofrecen un punto de partida valioso para quienes enseñan Yoga y buscan acompañar procesos de regulación emocional desde lo corporal.
La propiocepción es la capacidad de percibir la posición y el movimiento del cuerpo en el espacio, sin necesidad de usar la vista. Es, en otras palabras, un "sentido" que nos informa de cómo estamos colocadas, qué partes están en contacto, dónde hay tensión o relajación. Esta percepción ocurre de forma constante, pero rara vez le prestamos atención consciente.
Cuando desarrollamos la atención propioceptiva —por ejemplo, en una postura sostenida de Yoga, en la lentitud de una transición o en la atención a las sensaciones o la posición física— abrimos la posibilidad de notar con más claridad qué está ocurriendo. Esa escucha interna se convierte, entonces, en un recurso de autoconocimiento.
El enfoque somático nos recuerda que las emociones no son solo experiencias mentales, sino que también se manifiestan fisiológicamente. El enojo puede sentirse físicamente como calor o rigidez; la incertidumbre, quizás, como sinónimo de elevar los hombros; la tristeza, quizás, como flacidez en el cuerpo.
Al afinar la percepción propioceptiva, muchas veces es posible reconocer qué zona del cuerpo se activa o se tensa ante una emoción específica. Esta observación —aparentemente simple— es en realidad una herramienta muy eficiente para detectar patrones emocionales, muchas veces desatendidos, que se expresan como sensaciones corporales repetitivas.
Por ejemplo:
Quizás puedas notar que tu mandíbula se tensa cada vez que sientes presión externa
Tal vez, puedas percibir que tus hombros se elevan cuando sientes incertidumbre
O puede ser que percibas tensión en las manos y mandíbula cuando algo te enoja.
Estas pistas no son solo corporales: son también afectivas y cognitivas. Nombrarlas y habitarlas con atención somática permite establecer un puente entre el cuerpo que sentimos y la emoción que habitamos.
Desde esta mirada, la propiocepción no es solo un recurso físico, sino una vía hacia la autoregulación y la integración emocional. Aprendemos a sentirlo primero. Esto es clave para acompañar a nuestras practicantes en contextos donde el Yoga busca ser también un espacio de escucha y cuidado.
La educación somática no busca cambiar lo que sentimos, sino permitirnos notar lo que sentimos sin juicio. Y en esa observación, muchas veces ocurre un ajuste: un músculo que se suelta, un patrón que se hace visible, una emoción que encuentra espacio para ser reconocida.
Incluir prácticas que desarrollen la propiocepción en las clases de Yoga puede ser tan simple como:
Guiar escaneos corporales dirigidos hacia músculos, piel y posición del cuerpo.
Hacer pausas conscientes entre posturas para preguntar: ¿Qué parte se activó más? ¿Dónde sientes más peso o calor?
Integrar momentos de observación corporal antes, durante y después de una postura, para percibir los cambios.
Estas pequeñas pausas construyen un marco pedagógico donde el cuerpo no se vuelve a usar como herramienta para llegar a una forma, sino como fuente primaria de conocimiento.
Como instructoras de Yoga, solemos ver el cuerpo como el medio para aplicar técnicas. Pero cada tensión que aparece puede estar ligada a una emoción, una experiencia pasada o una forma de protegernos.
Observar qué parte del cuerpo se tensa o se contrae no es solo un dato físico: es una forma de reconocer lo que necesitamos, lo que evitamos o lo que nos afecta.
En este sentido, la propiocepción puede ser el comienzo de un proceso más amplio de reconexión emocional, donde el Yoga y la educación somática se unen para ofrecernos no sólo bienestar físico, sino también la posibilidad de estar más presentes con lo que sentimos.
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